Ángel Ávila, el autor de las obras, junto a alguna de ellas |
Hasta el día 8 de Febrero, el centro de interpretación
de Alagón del Río acogerá la exposición de cuadros del emeritense Ángel Ávila
El Centro de Interpretación enseña en su espacio cómo
vivían hace décadas los primeros colonos que llegaron a la población.
Se han integrado los cuadros en un amplio entorno,
ofreciendo la posibilidad de recrearse en un mismo espacio de dos formas muy
diferentes disfrutar con la visita. Las personas que han visitado por primera
vez el centro han podido disfrutar de una simbiosis que han considerado
acertada.
Sobre Ópera Prima los asistentes han manifestado la sorpresa que ofrece esta exposición. La técnica y los estilos no dejan indiferentes a las personas que la han contemplado hasta la actualidad. Cabe recordar que Ópera Prima ha estado anteriormente en Mérida y Carcaboso. La opinión de los asistentes han sido muy amplia y cada persona salía con unas buenas sensaciones y manifestando su opinión sobre las que más les habían gustado o sorprendido. “Cuanto más las miro más me gustan y encuentro nuevos detalles” decía un visitante al marcharse.
Ni tan ópera ni tan prima
Conviene dejar aparcados los prejuicios a la entrada
antes de adentrarse en la primera muestra que recopila la obra pictórica de
Ángel Ávila, que con toda la intención del mundo ha sido bautizada por su autor
como 'Ópera prima' aunque en esta ocasión el latinajo de turno no haga del todo
justicia al objeto aludido. Porque lo cierto es que esta primera cosecha
artística de quien firma como Anjelan ni es tan ópera ni tan prima, o sea, que
ni responde estrictamente a la tarea consciente de creación con ambiciones de
permanencia ni es, en el sentido literal del término, lo primero que pare la torrencial
mente de su creador; esta 'Ópera prima' es, muy al contrario, una provechosa
selección entresacada de la nutrida obra acumulada durante años en el disco
duro de un sujeto sin veleidades intelectualoides que rutinariamente se siente
acosado por la creatividad; de alguien a quien su pasatiempo favorito un buen
día se le fue de las manos por culpa de un entorno hostil para con su
vanagloria.
Hechas las presentaciones, parece pertinente envolver el surtido gráfico propuesto por Ávila en el celofán contextual que le corresponde: lo primero que conviene advertir antes de enfrentarse al material expuesto es que se trata de una obra íntegramente digital, en la que el pincel es sustituido por el ratón, la pincelada por el píxel y el lienzo por la pantalla del ordenador; y todo ello sin que el acabado final se resienta lo más mínimo: porque aquí el óleo se 've' y la pincelada salta a la vista; porque lo que cuelga de los muros de la eventual sala de acogida son cuadros, sin peros.
La heterogeneidad de un conjunto que picotea en casi todas las vanguardias surgidas hace alrededor de un siglo en la Europa convulsa que trataba de desembarazarse del régimen anciano transmite una sensación de clasicismo trasnochado, de modernidad pasada de moda, si se me permite el oxímoron. Lo que en tiempos remotos hubiera sido avanzadilla creativa se nos revela hoy como el simple eco de un capítulo esencial en la Historia del Arte; pero este hecho, lejos de restar fuerza a la propuesta, se convierte en su mejor aval. Despreciando el postureo posmoderno, el expresionismo sobrevuela todas y cada una de las obras, ya sea en su vertiente figurativa o en la abstracta, aunque si profundizamos un poco más en este oceáno pictórico descubriremos sin dificultad la titánica lucha mantenida en sus profundidades entre el arte naïf y el fauvismo, en una sucesión de estampas que abusan descaradamente de la paleta cromática, que se recrean sin complejos en la perspectiva acientífica y que desafían con admirable machaconería la composición académica.
La obra gráfica de Ángel Ávila es, con perdón, apta para todos los públicos, pues su temática hace escala tanto en lo esencial como en lo accesorio de la condición humana. Pero permítanme una sugerencia: acérquense a ella con los ojos del niño que son (o que fueron): la disfrutarán el doble.
Hechas las presentaciones, parece pertinente envolver el surtido gráfico propuesto por Ávila en el celofán contextual que le corresponde: lo primero que conviene advertir antes de enfrentarse al material expuesto es que se trata de una obra íntegramente digital, en la que el pincel es sustituido por el ratón, la pincelada por el píxel y el lienzo por la pantalla del ordenador; y todo ello sin que el acabado final se resienta lo más mínimo: porque aquí el óleo se 've' y la pincelada salta a la vista; porque lo que cuelga de los muros de la eventual sala de acogida son cuadros, sin peros.
La heterogeneidad de un conjunto que picotea en casi todas las vanguardias surgidas hace alrededor de un siglo en la Europa convulsa que trataba de desembarazarse del régimen anciano transmite una sensación de clasicismo trasnochado, de modernidad pasada de moda, si se me permite el oxímoron. Lo que en tiempos remotos hubiera sido avanzadilla creativa se nos revela hoy como el simple eco de un capítulo esencial en la Historia del Arte; pero este hecho, lejos de restar fuerza a la propuesta, se convierte en su mejor aval. Despreciando el postureo posmoderno, el expresionismo sobrevuela todas y cada una de las obras, ya sea en su vertiente figurativa o en la abstracta, aunque si profundizamos un poco más en este oceáno pictórico descubriremos sin dificultad la titánica lucha mantenida en sus profundidades entre el arte naïf y el fauvismo, en una sucesión de estampas que abusan descaradamente de la paleta cromática, que se recrean sin complejos en la perspectiva acientífica y que desafían con admirable machaconería la composición académica.
La obra gráfica de Ángel Ávila es, con perdón, apta para todos los públicos, pues su temática hace escala tanto en lo esencial como en lo accesorio de la condición humana. Pero permítanme una sugerencia: acérquense a ella con los ojos del niño que son (o que fueron): la disfrutarán el doble.
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